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Hemos dado con el iceberg y la puta orquesta sigue tocando

Manuel Davila • May 16, 2017

Hemos dado con el iceberg y la puta orquesta sigue tocando


Es complicado hablar del futuro. Sobre todo si consideramos que para fines académicos y narrativos el futuro se ha convertido en los próximos 10 o 20 años nada más, como si de momento fuéramos capaces de advertir que todo lo que ocurrirá en un periodo insignificante para la historia se ha convertido en todo el horizonte que somos capaces de vislumbrar. Una ironía que para comprender el futuro tengamos que resumirlo a una especie de presente prolongado.

En los últimos meses se ha declarado con una alegría inusitada y absurda la muerte del libro electrónico. Cientos de profesionales y no tan profesionales del libro se dan el gusto de corroborar que sus vaticinios eran correctos y que la transformación del libro ha fracasado a nivel comercial. Hace unos meses en plena Feria del Libro en Buenos Aires un editor, a las afueras de un bar bastante concurrido, me restregaba en la cara que el libro electrónico había fracasado y que aquella reunión que habíamos tenido años atrás y donde le expuse la importancia de migrar hacia los formatos digitales había sido una pérdida de su tiempo. Sonreí, sobre todo porque ante cualquier evento de este tipo a las afueras de un bar uno tiene que sonreír porque esa es la manera civilizada de evitarse una discusión estéril con un interlocutor eufórico.

Debo decir que lo primero que me sorprendió fue que aquel editor, cuya editorial ha logrado convertirse en un símbolo de la edición independiente, recordara con tanta rabia aquella reunión, mi primer acercamiento a la industria editorial argentina, donde me parecía y me sigue pareciendo que la única manera en que dicha industria podía sortear las privaciones de un mercado interno proteccionista era buscar la exportación digital de sus contenidos. Lo segundo es la alegría con la que celebraba la caída de lo que posiblemente fue la última esperanza del libro para sobrevivir al siglo XXI. Porque a final de cuentas podemos decir lo que nos dé la gana pero la realidad es que la industria del libro se está cayendo a pedazos por regiones, idiomas, géneros y por último por formatos.

No hay una sola cifra positiva para el mercado del libro. Reporte tras reporte lo único que contemplamos es contracción, disminución, desempleo, baja en la calidad, en la producción y mucho más importante en la relevancia del libro ante otros medios de comunicación, educación y entretenimiento. Si el libro adoptaría o no un nuevo formato es un asunto de percepciones, pasiones e intenciones, las cifras de la industria son una realidad y temo decir que esa realidad parece irreversible. Si bien el libro es un pedazo de romanticismo inserto en una era pragmática, esto no le exime de jugar bajo las mismas reglas a las que se somete a cualquier producto. El libro sigue siendo un formato de contenido que compite por el consumo de un número finito de compradores que ven su día a día bombardeado por distintas variantes y formatos del mismo contenido. Si bien durante una buena parte del siglo XX el conocimiento y una buena parte del entretenimiento provenía del libro, hoy el nivel académico y cultural de una buena parte del mundo proviene de otras fuentes mucho más dinámicas e intuitivas. La pregunta más importante entre 1980 y 2010 para nuestra industria ha sido: ¿Por qué la gente no lee más libros?

Primero porque la gente ya no necesita leer libros para acrecentar su nivel de conocimiento y su bagaje cultural. Las adaptaciones visuales, auditivas, interactivas y digitales del conocimiento y el entretenimiento han sufrido una serie de transformaciones que actualmente los posicionan por encima del libro como medios de consumo preferidos por la gente. Desde los audiolibros, pasando por el video y las narrativas digitales han absorbido lo mejor que tenía el libro y han procurado seguirle el paso al futuro entendiendo que los métodos de consumo se transforman a una velocidad cada vez mayor. En pocas palabras, todos cambian menos el libro y eso ha empezado a pasar factura.

Hay algunos casos curiosos que vale la pena mencionar, todos los editores aceptamos el traslado natural de las enciclopedias a la red, casi todos asumimos que la llegada de los programas para editar eran una bendición, una buena parte de los editores también asumimos que los medios digitales serían una gran herramienta para promocionar libros; pero por alguna extraña razón cuando se trata de abandonar el papel hay una especie de descarga eléctrica que nos convierte en el Opus Dei de los formatos. ¿Por qué la gente no lee libros? Porque la gente ha decidido que cargar 700 grs de papel para consumir algo que podrían consumir enfrente del televisor o cualquier pantalla digital es estúpido y ¿saben?, tienen razón.

Pongamos un ejemplo extraño. Asumamos que un chico de 20 años decide, por azares del destino, dejar de fingir que conoce la historia de Moby Dick y tratar de acercarse a la fuente de la misma. Entre sus opciones están las siguientes: ponerse la adaptación de Mike Barker que está disponible en Netflix (90 millones de hogares tienen Netflix), bajarse de internet la peli de Orson Wells (50% de la población tiene acceso a internet), buscar el PDF de Moby Dick corriendo el riesgo de que sea pirata y por lo tanto esté mal editado, comprarse el ebook de Moby Dick o, finalmente, salir de su casa, transportarse a una librería o biblioteca, preguntarle al encargado o vendedor por el título, pagarlo, cargarlo de vuelta a casa y pasarse los próximos 3 meses (es obvio que a un chico de 20 años le tomará al menos ese tiempo leérselo) cargando en libro a todas partes y buscando ponerse a leer en los sitios que frecuenta. Siendo honestos, si el chico de 20 años logra tomar el último camino y lograrlo merece un premio, desafortunadamente nadie se lo dará y tarde o temprano se encontrará con alguien que ha seguido uno de los caminos anteriores y que a grandes rasgos tendrá la misma información que él y sólo le quedará un camino: vanagloriarse del trámite para defenderse del contenido.

La resistencia al cambio de la industria ha reducido la edición de libros al mero hecho de imprimirlos, distribuirlos y después destruirlos. Los editores, que debieron ver en el formato digital la liberación del yugo financiero de la impresión y la distribución, se ofendieron por este nuevo formato anárquico y ajeno a la maquetación y las decisiones superfluas, porque podemos decir lo que queramos sobre el papel y la tipografía pero en el fondo estas características están por debajo de la importancia del contenido y por lo tanto deben ser consideradas adyacentes no trascendentes. Cuándo el libro digital dio sus primeros pasos comerciales cometí el error de imaginarme ríos de editores embarcándose en la aventura de encontrar los mejores contenidos y editarlos de la mejor manera posible y después ponerlos inmediatamente a disposición de millones de personas sin tener que transitar por los vericuetos de la cadena de suministro que los había contenido durante tanto tiempo. En realidad parecía más bien que la renuncia a esta cadena de suministro desnudaba una realidad que nos dedicamos a ocultar durante muchos años, los editores han heredado su trabajo a los obreros del libro porque siempre está el mercado para repartir culpas y justificar bodegones llenos de títulos que nadie nunca leerá.

Es como si la industria se sostuviera en realidad por todos los mecanismos de impedir que existen alrededor del libro y este fuera únicamente una mercadería obsoleta en un mercado que se mueve a la velocidad de la luz. La realidad es que Moby Dick hace millones de dólares al año en muchos formatos que no se llaman libro. El contenido sigue llegando a la gente, sólo no lo hace más en papel. Porque el papel es complicado de manipular en una época donde la satisfacción inmediata ocupa el epicentro del consumo. La catástrofe es impredecible pero no inevitable, desde los fenómenos naturales pasando por los fenómenos culturales y hasta los fenómenos sociales durante miles de años la humanidad ha ido encontrando diversos mecanismos para sobrellevar las catástrofes, el primero de ellos es la transformación.

Me gusta pensar que lo mejor y lo peor que la humanidad ha encontrado es su capacidad para transformarlo todo. Un vidrio polarizado sólo es una herramienta que transforma la luz, un auto es una herramienta que transforma la movilidad, la comida procesa no es más que una transformación de una necesidad básica, ¿entonces por qué somos tan pedantes que pensamos que el libro no debe sufrir transformación alguna? Supongo que el problema proviene de la idea de especialización que nos hemos forjado. Hemos pasado tantos años fingiendo que hacer libros es una actividad compleja que pertenece a sólo unos cuantos iniciados y que estos iniciados deben ser protegidos de cualquier influencia externa que pueda evidenciar que hacer libros en realidad es una cosa bastante simple que puede hacerse compleja conforme se adquieran niveles de calidad y relevancia.

No nos queda más que recapitular nuestra realidad. Pero hagámoslo desde el único punto de vista posible para dicha recapitulación: hoy en día nadie quiere ser lector y los que quieren ser lectores preferirían hacerlo mediante una camiseta que a través de un hábito como la lectura de libros. Pero que quede claro, el rechazo hacia el libro no es hacia el contenido del mismo, como el ejemplo de Moby Dick existen miles que abarrotan salas de cine, por poner un ejemplo claro. El rechazo de los consumidores a convertirse en lectores es una declaración clara y contundente contra el formato actual en que el libro se les presenta. Bibliotecas y librerías pasan días en que asiste menos gente que en un mausoleo. Algunas librerías y bibliotecas han empezado a convertirse en museos a los que los turistas asisten para observar la muerte de un hábito vital para la transformación humana. Hay más aficionados a las librerías que aficionados al libro, más aficionados a las cafeterías que a las librerías, más enamorados del olor que de las bibliotecas. La realidad es que el número de lectores de libros no es estático, va en caída libre país por país y lengua por lengua, Hoy en día tenemos que acudir a otros tipos de comunicación escrita para justificar nuestra esperanza en que cambie la marea, algunos se han resignado a mantenerse ahí hasta que muera el último lector de libros, otros simplemente cierran los ojos y esperan que el estado los cargue hasta el siguiente siglo. La realidad es que es posible que el futuro nos pasó por encima hace mucho tiempo.

Existe una posibilidad real de que la llegada del libro digital ocurriera años después de la posible salvación del libro. Este tipo de cosas, los llamados cisnes negros, son impredecibles. Lo que si me parece una realidad es que al negarle al libro la posibilidad de transformarse probablemente lo hemos condenado a la desaparición. Porque a pesar de que insistamos en observar el presente prolongado como el futuro ineludible lo único cierto es que no hay nada que nos indique que existe la posibilidad de un siglo XXII con los libros como epicentro del conocimiento y el entretenimiento, vamos pues que ni siquiera podemos hablar de un siglo XXI con estas características. Vemos al enfermo desangrarse lenta e ineludiblemente y pareciera que no nos identificamos con los médicos del medievo que observaron a millones de personas ser sometidas por las infecciones y enfermedades que hoy parecen tontas por la existencia de los antibióticos. Pareciera que pasar tanto tiempo entre libros nos impidiera leernos algunos que hicieran más que evidente la situación actual por la que estamos pasando. Ironía en su dosis más pura.

La realidad es que construimos el bote más grande de la historia y juramos que no se podía hundir. También es posible que bebiéramos de más aquella noche en que pegamos con el iceberg, sumado a una orquesta que sigue tocando por instrucciones de un capitán lejanísimo y casi invisible pareciera que esta fiesta para celebrar la muerte del libro electrónico en realidad sólo sea los últimos minutos que podemos pasar entre copas y luces antes de descubrir que no hay suficientes botes salvavidas y que el barco más próximo está a demasiadas horas de distancia. En estos casos creo que lo mejor es no interrumpir la fiesta, no gritar que nos estamos hundiendo y que no hay nada que podamos hacer, así que aquí está también mi copa en todo lo alto, brindemos porque es lo último que nos queda por hacer.

Publicado originalmente en 2017


por Manuel Dávila Galindo Olivares 05 dic., 2023
"Friends don't spy; true friendship is about privacy, too" Stephen King Nunca olvidemos el terrible daño que nos hizo a todos la idea de la privacidad. Cuando tenía 12 años mi frontera era la puerta cerrada de mi habitación, sin secretos y tampoco en comunión con muchos crímenes, el sitio donde elegía batirme en duelo constante con mis padres era aquella puerta de tambor hueco de madera y perilla de latón con un botón percudido que al apretarse impedía el giro de dicha perilla y por lo tanto la puerta no se abría. Por otra parte para mis padres la idea de que su hijo de doce años tuviera privacidad era una reverenda estupidez. Mis padres no pensaban que yo no tenía derecho a la privacidad. Mis padres pensaban que yo no tenía privacidad. En definitiva la idea de privacidad se ha ido manifestando cada vez más conforme los medios disponibles para compartir información se democratizan y, sobre todo, se hacen más y más potentes. La privacidad que defendía detrás de mi puerta era ante todo mi derecho a estar solo o bien, a no estar con mis padres o con otros adultos. Seguro había alguna revista o cosa prohibida o que debería haberme estado prohibida involucrada en estos actos genéricos de privacidad pero la realidad es que lo único que escondía era mi derecho a esconder las cosas que mejor me parecieran. No había realmente una relación directa entre esta privacidad de pre-adolescente y mi identidad o mis aficiones o mi derecho a reservarme. En 1992 en la Ciudad de México uno podía aspirar a toda la privacidad posible principalmente porque a nadie le interesaba lo que guardabas en tu mente. Seguro, había cientos de mecanismos diseñados para obtener cada vez más y más información, encuestas, viajes gratis, relaciones y audiencias y otros trucos intentaban diseñar de la manera más completa posible (con el tiempo uno supo que no era tanta) la idea de quiénes éramos, qué nos motivaba y qué podían vendernos con base en esa información. En 1999 Gary Marshall dirige Runaway Bride repitiendo la exitosa fórmula de Pretty Woman donde Julia Roberts y Richard Gere hacen de interés romántico de la clase media global. El mismo año que las hermanas Wachowski presentaban Matrix tenemos esta comedia romántica donde un periodista citadino en sus cuarentas descubre que una chica rural en sus treinta se escapa de sus compromisos el mismo día de su boda. El periodista va y la entrevista y descubre que la chica, dependiendo el novio, le gustan los huevos de alguna manera distinta, revueltos, fritos, benedictos entre otros. En algún momento de su conversación y cuando el flirteo entre los dos aún está en esa etapa del antagonista, el periodista se burla del tema de los huevos y le pregunta si debería estarlo anotando con un tono sarcástico. En una de las escenas donde los personajes se confrontan es justo esta información la que el personaje de Gere utiliza para ejemplificar que el personaje de Roberts no puede decidirse porque no está lo suficientemente enamorada, en una escena de con aquel te gustaban así, con el otro así, ahora dices que te gustan más así, el personaje plantea por primera vez que el problema de todo lo que ocurre es, com siempre en 1999, la chica. Quizá el personaje de Julia Roberts debió poner más atención en la información que compartía, honestamente creo que no. Cuando Matrix y Runaway Bride salieron al cine yo tenía 19 años. Posiblemente para ese momento ya había dado casi toda mi información gratis al señor internet y si para entonces no estaba hecho no pasaron más de 10 años antes de que hubiera cedido de manera voluntaria casi todo lo que hay que saber de mi y mucho más específico lo que NO hay que saber de mi al señor internet. Cuando me refiero de esta manera poco estricta a la WWW o la red de redes o a la infraestructura global de protocolos y servicios web interconectado llamado Internet lo hago con toda la astucia, cinismo y certeza de la que soy posible. Antes del Y2K el internet era un señor con gabardina, sombrero y gafas oscuras. No había Deep web o red oculta, la mayor parte del internet estaba en la oscuridad y vivía felizmente lejos de los reflectores, de los buscadores, indexadores, catalogadores y otros mecanismos de seguridad que se manifestarían después. El señor internet era turbio pero interesante, interesante y sobre todo era anónimo. Mi vecina de 15 años, un escritor de pornografía de 40 años, un Contador en una fábrica de jabones y yo podíamos departir noche tras noche alrededor de un tema en común o un interés en común con nombres inventados, completamente elegidos al azar y en muchas ocasiones generados de manera automatizada por las aplicaciones o sitios web que usábamos. El nombre que decías tener no era tu nombre y eso ya empezaba a manifestarse como uno de los absurdos más grandes que acompañan al ser humano. Si nadie sabe quién soy, puedo ser lo que que yo quiera, empezando por alguno que nunca he sido realmente: yo. El señor internet coleccionaba secretos. Existía la ilusión durante los primeros años de la relación entre los adolescentes y el señor internet que todos corríamos un grave peligro por lo que compartíamos, la idea de privacidad, prudencia y discreción empezaron a convertirse en algo menos de modales y mucho más importante para la convivencia digital. En un mundo donde podíamos decir lo que fuera el riesgo más grande era que todos estábamos ansiosos por poder decir la verdad, por dejar el constante y pesado hábito de fingir una personalidad social para darle rienda suelta a nuestros intereses de gardenias, pulpos cósmicos y humanoides con cabeza y piel de lobo. Existe una sensación de que el señor internet era un personaje raro, lúgubre y perverso cuando en realidad el señor internet solo consumía nuestras propias personalidades y se convertía en aquello que como colectivo humano soñamos ser. Siempre hubo más interés en ser furro que en ser fraile, lo que pasa es que los frailes tenían mucho mejor marketing. Cuando mi padre entendió lo que era una sala de chat en el 96 se preocupó muchísimo porque yo fuera a dar mi nombre o mi dirección a un extraño lascivo que viniera a hacerme un Michael Jackson. Hace un mes tuve que sentarlo y explicarle que le habían vaciado la cuenta de banco porque compartió su NIP en un mensaje de WhatsApp con alguien que no era su banco. La idea de la privacidad no tiene que ver con la protección de datos, tiene que ver con el entendimiento o falta del mismo, de la potencia que tienen las herramientas que usamos para compartir fotos de furros vestidos de frailes ahora que el señor internet ya no está ahí para protegernos con su manto de anonimato. Confundimos cubrir la mano que teclea el NIP de la tarjeta en una terminal punto de venta en el bar con no poder identificar una estafa cuando todo lo que tenemos para identificar al interlocutor son unas letras y una pantalla. Durante aproximadamente 15 o 20 años, posiblemente entre los 90s y los 2000s el señor internet era como el viejo oeste. Aquí quiero ser claro y transparente: bajo ninguna circunstancia pienso que el internet de los 90s era una película de John Wayne. No, creo que el señor internet era una visión tipo Westworld donde había sombreros blancos, sombreros negros, NPCs y miles de tramas corriendo por todas partes sin importarle a nadie porque como bien ejemplifica la serie de Jonathan Nolan y Lisa Joy, basada obviamente en un libro de Michael Crichton, si le das a las personas la idea de que todo lo que hagan es privado y anónimo se permitirán ser ellas mismas hasta el más lejano de los extremos. Westworld se va al diablo por la misma razón que el señor internet se transforma en Internet, porque alguien descubre que todo lo que haces se puede convertir en información para que alguien compre algo. Lo más triste de la transformación del señor internet de las libertades a la Internet de la seguridad es que nos convencieron de que la privacidad no incluía nuestros deseos, nuestros secretos o nuestras posibles intenciones. Lo más vergonzoso es que toda esa información solo sirve para seguirnos vendiendo algo. El “para qué” de la información sigue siendo tan básico en 2020 como lo fue en 1980 porque una vez más, no hay una mano gigante que mece la cuna: sólo estamos solos. Es posible que todo aquel que nació después de 1985 y hasta el 2005 ya regaló toda su información pertinente a las marcas, empresas, partidos políticos, asociaciones culturales, religiosas y sociales, a todas las redes sociales, a todos los influencers y de hecho, a todo el que quiera acceder a ella porque lo importante no es si tu información está a salvo (porque no lo está) lo verdaderamente importante es que hacen con ella y en segundo termino: quién lo hace. Cuando el escándalo de Cambridge Analytica explotó en 2018 la indignación llevó al mundo al borde de un colapso emocional por sus historiales de compra, de búsqueda o sus intereses declarados en redes sociales. Una batalla por la privacidad se desató encabezada por senadores, activistas y señoras que gritaban por todas partes: “Quiere alguien pensar en los niños!”; pero nadie se preguntó qué hacía Cambridge Analytica con esa información, ni quien la compraba, tampoco preguntaron qué información era o hasta que punto podían segmentarla y crear nuevos mercados legales e ilegales para la adquisición de estos datos. Los políticos que comían Twinkies se enojaron mucho porque por culpa de Cambridge Analytica ahora aparecían Twinkies en el correo, el periódico, el porno y hasta en la transmisión pirata del Francia-España de la Eurocopa del 2012 buscando interrumpir la aceptación global de la existencia de dos Xav(b)is en el fútbol. Mi primera convención de Furros fue una de las experiencias más entretenidas que he tenido en la vida hasta que me clonaron la tarjeta comprando una Coca Cola. .
por Manuel Davila 28 sep., 2023
Durante siglos se ha utilizado una de las palabras más censurables de la historia: censura. Es complejo plantearse, en un principio, si la censura nació como un concepto definible por las acciones de aquellos que ostentan el poder o si bien, la autocensura de aquellos que ejercen el poder se manifiesta hacía los otros mediante la propia censura. Igual es una discusión estéril, la censura fue la compañera fiel del libro mientras el libro se posicionaba como el método de comunicación de las ideas. Si asumimos que a la llegada de Gutenberg la palabra impresa se convirtió en el principal vehículo de la disidencia social, política, amorosa, sexual, podemos decir que casi al mismo tiempo se erigieron los censores del libro con una potencia y eficacia en algunos casos inauditas. "Un libro es un arma cargada en la casa de al lado... ¿Quién sabe cuál puede ser el objetivo del hombre que ha leído mucho?" supongamos que Ray Bradbury se convirtió en el historiador de la censura. Que su Fahrenheit, más allá de ser un portento de las distopías, se convirtió en el manifiesto de la censura y contracensura del libro. Quizá lo más interesante sobre la censura no sea quién la ejerce, sino quien se siente protegido mediante la censura. Esta es una idea peligrosa (ahora que está en un libro, quizá alguien venga a quemar este libro) pero no por peligrosa deja de ser lógica, una gran parte de la censura está sustentada en los temores de una sociedad que renunció a la sensación de tener ideas muchos años atrás. Pero también, tenemos que reconocer, que la censura en los libros se ha convertido en algo divertido, escandaloso, pero ni de cerca en un atentado real contra la comunicación de las ideas, el porqué es simple, los libros ya no son el vehículo principal de la transmisión de las ideas. Hace un par de años se presentó un caso interesante, sensacionalista y por consiguiente, olvidado rápidamente. En los primeros días de noviembre algunos medios de comunicación hicieron eco de la aparición de un libro despreciable en el catálogo de Amazon "The pedophil's guide to love and pleasure: A child-lover code of conduct". El título en si mismo encierra el contenido del libro, algún tremendo cabrón se escribió un libro completo sobre como practicar la pedofilia. Este libro llegó a formar parte del catálogo de Amazon mediante su herramienta de Autopublicación. Entendiendo Autopublicación como el confuso arte de generar tus propios libros y distribuirlos directamente a los canales de venta, nos encontramos con que esta pequeña herramienta abrió la posibilidad de ser editado a un universo global de locos, artistas, delincuentes que quisieron hacer lo mismo que hace la gran mayoría de escritores en el mundo: compartir sus ideas. El libro generó un caos increíble, rápidamente las hordas en las redes sociales sacaron los pinchos, la gasa y la gasolina, se encendieron las antorchas, se persiguieron a los monstruos y, después de mucha presión, Amazon tuvo que tomar la decisión de quitar el libro a la venta y de todos los dispositivos donde fue adquirido. No me malentiendan, no tengo ningún argumento a favor de la existencia de tal libro y es posible que, si yo conociera al autor, ese autor caminara hoy en día de manera distintiva con la de alguien que ha sufrido un traumatismo severo a sus partes más glandulares. Pero al ver el caso me vino a la cabeza una pregunta, ¿Qué es más peligroso, un gobierno que intenta censurar un libro persiguiéndolo a través de todos los canales posibles; o bien, una librería única que pueda determinar no sólo lo que se lee, sino lo que se ha leído? Amazon no es un censor, como no es un editor. Entendiendo censor por quien determina que un libro sea retirado de todo lugar posible y, entendiendo editor como alguien que comparte la responsabilidad del texto con quien lo ha escrito. Los censores fueron los millares de personas que amenazaron a a Amazon con dejar de comprar sus productos y el editor fue una figura ausente en este caso. El escritor fue por completo el responsable de lo que escribió, o al menos así lo dictan los términos y condiciones del servicio de Autopublicación de Amazon. Amazon no revisa los contenidos que se suben a su tienda, pero se reserva el derecho a retirarlos por completo de los "anaqueles" y manos de los lectores que lo han adquirido. En un sentido de lógica de negocios, estas protecciones que Amazon acomoda a su alrededor son necesarias. Pero entonces ¿por qué Amazon se negaba, en un principio, a retirar el libro? Durante las primeras horas del incendiario ataque contra Amazon, el gigante de las ventas por internet se mantuvo silencioso, analizando sus opciones. Supongamos, sin conocer en realidad lo que ocurrió, las grandes mentes legales de Amazon tuvieron una larga discusión sobre las implicaciones que tenían ambos caminos: el primero era simplemente negarse a retirar el libro bajo el argumento de que si algo no debe ser leído entonces no debe ser comprado (la lógica del criterio del comprador). El otro argumento se apegaba más al camino más peligroso determinando que Amazon se obligaba a ser cuidadoso con los contenidos que vendían y que si tenía que adquirir algún tipo de responsabilidad, al menos social, por aquello que era encontrado en su tienda. Amazon encareció automáticamente los costos de su unidad de Autopublicación al elegir el segundo camino. Tuvo que comprometerse con la sociedad a convertirse en guardián de las buenas costumbres, ¿cuáles son las buenas costumbres? Simple, las que la horda dictamine. Actualmente vivimos en un mundo donde la idea social de progresismo abarca a una buena parte de los consumidores de Amazon. Eso permite que sean las "buenas costumbres" progresistas con tintes ligerísimos de ideales de izquierda los que dictaminen las acciones del gigante. ¿Pero qué pasará cuando estos progresistas envejezcan y sigan el camino natural al conservadurismo? Seamos sinceros, envejecer conduce a la derecha, al menos así está claro en la historia actual de la sociedad. ¿Qué sucederá cuando, en países menos avanzados en derechos humanos, Amazon reciba los reclamos de su masa financiera en contra de algún libro mucho menos propenso al crimen que entendemos en occidente como crimen? Amazon ha dejado claro que sucumbirá a la única dictadura posible, la dictadura de la horda social. El día que The pedophil's guide to love and pleasure: A child-lover code of conduct" fue retirado de la tienda de Amazon se sentó un precedente peligroso. Se dejó en claro que la censura se sometería de manera más directa y popular a las ideas de la masa, tema que no era preocupante en el siglo XVII pues la masa estaba delimitada y contenida por la capacidad de la misma para levantarse en armas. Hoy esto ya no es un problema, las armas son los teclados y el levantamiento ocurre sobre la plácida autopista de la red. Quiero dejar algo claro aquí, bajo ninguna circunstancia estoy a favor de eliminar la neutralidad de la red para acotar la posibilidad de que una masa de lunáticos se levante en "posts". Pero si estoy preocupado por la posibilidad de que la censura quede en manos de un agente preponderante en el mercado. Amazon no tiene porqué apegarse a las enmiendas constitucionales a favor de la libertad de expresión, Amazon tiene una única obligación legal y esta es con sus accionistas. Y sus accionistas no quieren ver su gran buque insignia hundirse para defender algo tan retrógrado como la libertad de expresión. En 1644 John Milton escribió su Areopagítica. Un comprometido texto dirigido al Parlamento británico tras la promulgación de una ordenanza que contenía las publicación al visto bueno de una figura difusa que se encargaría de actuar como censor. Milton, por obvias razones, se sintió en peligro con esta ordenanza, que responsabilizaba jurídicamente a los autores y editores frente a lo que la ley considerara peligroso. Milton era el rey de lo peligroso, constantemente navegaba en aguas turbias señalando las infinitas posibilidades que presentaba la "Ley de dios". Milton era un reaccionario, un hombre que constantemente jugueteaba con la posibilidad de poner en entredicho cualquier cosa. No sólo lo hacía, lo hacía bien. Era listo, sabía escribir y tenía un objetivo. Por supuesto que estaba en contra de la ordenanza, pero tomó uno de los caminos más peligrosos de su época: decidió publicar sus ideas en contra. Supongamos que la Areopagítica no fue leída por las masas, pero ciertamente fue accesible para las mentes jurídicas más brillantes de su época, para aquellos que batallaron en aquellos años, y muchos posteriores, por la libertad de prensa, por la idea de que la libertad de publicar cualquier idea estaba por encima de lo peligrosa que esta idea pudiera resultar. Si Milton hubiera nacido en el 2025, seguramente hubiera visto que su Areopagítica no era necesaria. La censura en los medios masivos de comunicación era mucho más defendida que en unas cuántas páginas (en papel o electrónicas, para no entrar en enfados) publicadas por aquí o por allá. Sin embargo, seamos indulgentes y asumamos que Milton hubiera publicado su libro. Si el camino del comercio sigue como va, seguramente lo haría en la única tienda posible para la venta de palabras publicadas, libros. Este comercio ni siquiera hubiera revisado su libro y hubiera permitido la publicación del mismo, pero en el momento en que las hordas de las redes sociales (suponiendo que todavía se llamen así en el 25) decidieran que este libro atentaba contra la bendita idea de bla que se apega a la hermosa religión de bla y hace enojar a todos esos blas, Milton hubiera visto su obra desaparecer. Por desaparecer entendamos que ese libro no hubiera llegado a las manos de los futuros juristas que hubieran podido hacer una diferencia, no hubiera llegado ni siquiera a las manos de los siglos venideros que encontraran en su obra el pretexto para hablar de lo que iba a suceder de manera preocupada. Lo más peligroso de tener un embudo comercial (entiéndase por este extrañísimo concepto que cada producto tenga un solo canal de venta) no reside en la falta de competencia o mejora de precios, en realidad lo más peligroso es que esta unicanal se convertiría en editor, censor, librero, reseñador, el acólito del libro, la gran religión del libro, y que el problema de tener un papado editorial es que la existencia misma del libro depende de la idea de diversidad. Otra vez, no hay que asomarnos al presente, la inmediatez nos presenta un hermoso universo de libros tan diversos como pudiéramos imaginarnos. Pero eso es ahora, ahora que la Autopublicación es un gancho comercial en una batalla de titanes. La verdadera pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿Qué pasará cuando uno de los titanes venza? ¿Cómo cambiará la industria cuando no esté ahí la competencia para generar opciones? ¿Qué pasará cuando no tengamos necesidad de quemar libros peligrosos y todo sea tan simple como hacer click, justo aquí, en esta pantalla? Texto publicado en la revista Texturas
por Manuel Davila 13 sep., 2023
Cuentan las leyendas que Chuck Palahniuk lleva la cuenta de la gente que se desmaya cuándo lee su relato "Guts" en las lecturas públicas. Para algunos es un dato nada más, una faramalla más cercana al marketing que a la realidad. Sin embargo, cuándo se puede leer el relato en la novela "Haunted" es muy claro que hay algo dentro de la historia que produce sensaciones encontradas y un poco de morbidez por parte del lector. El relato ocurre en un suburbio, donde un muchacho descubre la succión de los filtros de la alberca de su jardín y los hace parte de sus juegos sexuales. Durante uno de esos juegos el muchacho se empieza ahogar y se da cuenta que esta atascado en el filtro de la alberca. Desesperado empieza a impulsarse con las piernas hacía la superficie hasta que lo consigue. Pero mientras sube, desesperado por aire, siente algo extraño en su interior, mira hacía el fondo de la alberca y ve como sus entrañas se quedaron pegadas al filtro y es el largo del intestino lo que le permite seguir subiendo. Algo parecido ocurre durante la película Irreversible de Gaspar Noé. En una escena Alex (Mónica Bellucci) desciende por un paso peatonal subterráneo cuándo descubre que Le Tenia (Jo Prestia) la persigue. En una escena oscura, donde el sonido de los tacones de Alex es lo único que produce la sensación de suspenso, vemos a Le Tenia violar a Alex en una de las escenas más brutales que he podido ver en el cine. Lo realmente mórbido de la escena es que el director no se ahorra un solo plano o cuadro que le deje claro al lector lo que Le Tenia le está haciendo a esta hermosa mujer. Quizá es la combinación de lo explícito y la figura femenina de Alex lo que produce en el espectador esta sensación de náusea, de equívoco inexplicable, de agresión a través del arte, quizá es la desfachatez de Gaspar Noé, al igual que de Chuck Palahniuk para explorar lo oscuro, lo tétrico de nuestra propia naturaleza y enviarlo de regreso a nuestros ojos como espectadores y lectores. ¿Es acaso la morbidez esta enfermedad suave y delicada que nace desde nuestros más oscuros deseos, o bien, es este dolor intenso que se vuelve intolerable y nos hace querer mirar a otra parte, a cualquier otro lugar? Sería complicado responder por cada uno de los lectores, sería necesario analizar, más allá de la estética o el comportamiento de la morbidez en el arte, la dureza de estómago o fascinación que atañe a cada persona que se le enfrenta. Pero, sin lugar a dudas, lo mórbido tiene un lugar en las artes, como lo tiene en la vida diaria y en la vida oculta de casi todas las personas. Desde algunas narraciones bíblicas donde las ciudades son hogar de la morbidez y los bárbaros la practican, pasando por la racionalización occidental de algunos pasajes del viejo testamento que hoy en día nos revuelven el estómago, hasta quizá Saló de Pasolini, sin obviar al Marqués de Sade o a las Mil y una noches, nos encontramos que el motivo de la morbidez suele comenzar en la pureza o en la ingenuidad y se abre camino hasta lo perverso y lo retorcido. Charlotte Roche en Zonas húmedas parece comprender el sentido de lo mórbido. Y teniendo esta comprensión decide escribir una novela, aún cuándo esto último pueda resultar discutible, basándose en esa morbidez que acompañará a Helen a través de su relato que inicia con una obsesión por volver a reunir a sus padres y que después se entrelazará por sus obsesiones sexuales y problemas médicos que estas traen consigo. El argumento de Zonas húmedas puede resultar interesante, si se lee con gusto o con la fascinación por seguir de cerca los pensamientos de un ser tan mórbido que pareciera artificial por momentos. Sin embargo, en esos momentos en que Helen, los enfermeros, sus parejas, los doctores parecen salidos de una historia artificial, caemos en cuenta que la morbidez tan natural con la que se mueven por las páginas del libro los convierte automáticamente en seres reales o al menos palpables para quien se acerca a esta novela. En definitiva hay un común denominador entre Pasolini, Noé, Palahniuk y Roche. Aunque llamarlo común denominador me parece minimizarlo a perorata de psicoanalista en diván vencido, tendría que pensarlo dos veces y quizá elegir obsesión o enfermedad y si así fuera, tendría que elegir que entre estos autores lo mórbido es el hilo conductor. Cada uno se acerca de distintas maneras a ese objeto de estudio que resulta tan complicado, Palahniuk prefiere las historias vulgares que se trastornan y se convierten en un instante mórbido que si bien no definirá a su personaje, quizá si lo haga con los demás, al igual que los escuchas que se desmayan al escuchar sus relatos en las lecturas públicas que hace para promocionar sus materiales. Pasolini es distinto, para el lo mórbido forma parte de una estética que impone desde la pureza de su técnica cinematográfica, es capaz de exponer el acto más terrible de la manera más limpia y esa conjugación de distintos verbos hace su cine irrepetible. Noé, director de cine también, es mucho más vanguardista, mucho menos pudoroso y comprende que la única tribuna que le ha dejado el cine al siglo XXI es el escaparate luminoso y los reflectores; es desde estos reflectores donde se atreve a hacer una película tan mórbida como la que más y no escatima visualizaciones o diálogos que refuercen su idea particular de las peores cosas que pueden sucederle al ser humano. Roche es distinta, la influencia pop de su entorno se nota rápidamente al pasar por la morbidez de sus personajes. La facilidad con la que emplean las palabras y narran las circunstancias te hacen sentir en una sesión de MTV Unplugged donde la música es una oda a lo pestilente, grotesco y por ende a lo mórbido que cabe dentro de una muchacha impúdica de 18 años. Aquí es necesario hablar de Primitivismo trastornado que ocupa las publicaciones serias de nuestros días. Resulta mucho más interesante hablar de la mutilación sexual en las tribus africanas que analizar seriamente si este comportamiento no se ejemplifica de manera menos sangrienta en occidente. Cuándo nos hablan de un elemento primitivo que trae consigo formas salvajes y violentas que trastocan el orden social de occidente, las multitudes se conglomeran para observarlo más de cerca, desde el King Kong del siglo pasado hasta el último documental de National Geographic, es la morbidez lo que nos mueve de nuestros asientos, es lo mórbido lo que llena nuestro anecdotario y nuestras conversaciones naturales. Entonces, podemos acusar a Roche de aprovechar esta obsesión que tenemos con lo mórbido para escribir una novela que se dedica a repetir uno tras otro todos los elementos que socialmente resultan repugnantes o asquerosos. ¿Podríamos culparla de hacer girar la mitad de su novela alrededor de un ano lastimado y de la poca higiene de su personaje? Peor aún, ¿podríamos sorprendernos del éxito mundial que Zonas húmedas ha tenido? La respuesta tiene que ser no, no podemos culpar al autor de reflejar las obsesiones de sus posibles lectores, pero tampoco podemos permitir que lo mórbido por si mismo se convierta en el motor de una estética inexistente. Fuera de Roche, los autores antes mencionados tienen una presencia y propuesta estética que cobija lo mórbido, un caldo de cultivo que permite que estos actos desagradables se metan en el espectador y lo hagan sentir distinto. En Zonas húmedas no existe este cobijo, y sin ese cobijo lo mórbido sólo se convierte en morbo y es muy difícil justificar el morbo como una sensación estética o una propuesta intelectual. Son cuatro visiones distintas de lo mórbido. El personaje de "Guts" no tendría cabida en una película de Pasolini y Gaspar Noé jamás filmaría Zonas húmedas, pero Palahniuk consideraría Saló una obra cinematográfica menor y probablemente Helen podría comerse una pizza y tomarse dos cervezas mientras se ríe de los personajes de Irreversible. ¿Esto delimita lo mórbido? ¿Es acaso esta incapacidad para asimilar las obras mórbidas como un todo un impedimento para considerarlo algo más que un efecto especial en las distintas formas narrativas? Para algunos la respuesta será si, para otros lo mórbido será lo único real que queda en la humanidad después de tanto distanciamiento intelectual y estético de lo moral. Los primeros dirán que los segundos están demasiado necesitados de petardos y los segundos atacarán a los primeros de puristas e intelectuales, pero si algo es claro es que lo mórbido tiene un imán para las personas y que mientras siga siendo así continuará la producción de obras y temáticas mórbidas que ocupen las marquesinas y las novelas que salen a la luz pública. Este texto fue publicado en la revista Lee+
por Manuel Dávila Galindo Olivares 19 may., 2023
Jim Brown murió el 19 de mayo de 2023. Es un hombre que tiene un legado importante en la NFL y como activista social y actor.
por Manuel Dávila Galindo Olivares 12 may., 2023
Libranda fue mi última infatuación en el universo del libro digital en español. También probablemente fue lo más cercano que tuve a un matrimonio en mis dos aventuras tratando de desarrollar el mercado de libros electrónicos. En aquellos tiempos, previo al 2014, si querías ser una tienda de libros electrónicos tenías que casarte con Libranda y como todo matrimonio nunca sería una relación simple. Antes de seguir me gustaría aclarar que siento un profundo respeto por Arantza y Matías, las dos personas con las que tuve una correspondencia más larga en esa relación y que espero que el alto señor de los libros los guarde y los proteja en este futuro por demás nublado y complicado. Habiendo dicho eso también es importante aclarar que Libranda fue una de las mejores peores ideas que ha tenido una industria donde este tipo de ideas abundan. Completamente equivocada desde un punto de vista estratégico para el libro electrónico resultó una idea genial desde el punto de vista de los editores. Cerrar las brechas, acortar los caminos, jugar a dos y tres bandas, ocultar y dilapidar información con el solo objeto de proteger su propia fuente de ingreso: la edición impresa. Es claro que a los que apostamos por el formato digital la idea de Libranda nos era incómoda, estorbosa, algo que no tenía ningún sentido pues. Con el tiempo y el privilegio que proporciona cierta perspectiva se tendría que entender la existencia de aquel frankenmono desde otro tipo de lugares. Libranda nunca tuvo como intención proliferar y mejorar el universo digital de los libros en español y en ese sentido hay que reconocer que hicieron un gran trabajo. Libranda se imagino como tienda, distribuidor, punto de venta para bibliotecas, desarrollador de tecnología mientras cumplía la única labor que servía a los intereses de sus accionistas: cerrar el mercado y mejorar la posición de defensa ante la llegada del depredador Amazon. El resultado fue obvio, una plataforma de distribución con el control del 85% del revenue de las ventas de libros digitales en español cuya tecnología no valía ni la décima parte de lo que invirtieron y cuyo personal siempre se quedaba corto, quizá mucho más por volumen que por disposición, ante las necesidades de un paradigma que pudo haber cambiado la historia del libro en español a mediano plazo. Los pasillos de las ferias y reuniones hervían con gritos de sangre y venganza contra la “maldita” Libranda, en muchos casos provenían de los mismos que después se sentaban en sonrisas y cordialidad tratando de encontrar mejores condiciones para sus propios intereses. No nos equivoquemos, durante más de 8 años Libranda fue la piñata del mundo digital. Mi relación, desde las posiciones que tuve, fue tensa por decir lo menos con Libranda. Desde la absurda complejidad tecnológica hasta la difícil relación comercial cada día quedaba más claro que el proyecto nunca podría solventar las necesidades que una tienda en pos del crecimiento buscaba. Sólo para resolver el problema Libranda se requería un 30%-40% de los recursos humanos y de desarrollo de cualquier tienda, eso sin mencionar que pasar por Libranda era una desventaja automática frente a competidores como Amazon y en menor medida Kobo. Con Libranda tuve problemas técnicos que nunca tuve en su momento con distribuidores más pequeños y después con distribuidores mucho más grandes y la mayor consecuencia que eso trajo consigo fue la suspicacia, la sospecha y la incredulidad. Sus accionistas los defendían públicamente y los cuestionaban por los pasillos en México y otros países. Pero había que lidiar con Libranda y así se hizo. Hoy los resultados son transparentes. El fin de Libranda, que aunque conserve el nombre deja de ser de facto el brazo digital de sus accionistas, sirve como un buen parteaguas para analizar el verdadero estado del libro digital en el mercado hispano. El mercado del libro sigue siendo uno donde la misma entidad funciona como juez, jurado, fiscal, acusado y defensor. Esto no es un accidente, pasado el inicial temor del fin del libro impreso como principal fuente de ingresos de los editores el festejo duró unos años y de alguna manera nadie se ha preguntado por lo que supondrá la resaca. Los accionistas de Libranda hicieron lo mejor para sus propios negocios, como cualquier accionista con dos centímetros de frente tendría que hacer. La relación entre dichos accionistas sólo empeoró conforme avanzó el tiempo y eso se reflejo dramáticamente en la esperanza de la adopción del libro digital. La falta de recursos humanos y financieros para Libranda siempre fue el fiel reflejo de la opinión de la industria sobre la posibilidad de perder control financiero sobre los medios de producción. No se ha perdido nada, no hay un ápice de información que Libranda deje de controlar que honestamente le importe a los editores, si para algo sirvió esta aventura fue para comprobar que en realidad el mundo del libro se sigue moviendo por quien edita y no por quien lee. El futuro sigue siendo incierto por decir lo menos. Sigo sin encontrar una sola cifra que me obligue a ser optimista sobre el futuro del libro como medio de información y/o entretenimiento. La gente lee menos y peor aún, cada día considera menos el libro como pieza fundamental en su vida diaria y eso en gran medida se debe a que la única regla que rige esta industria es “más vale pájaro en mano que ciento volando” Hoy creo que Libranda hizo lo mejor que pudo, desde cerrar las brechas y controlar hasta la última parte del proceso de venta de libros digitales hasta venderse y recuperar, no lo sabemos, una inversión por parte de sus accionistas que por otro lado ya no podían sentarse a la misma mesa sin sentir cierta animosidad el uno por el otro. Si Libranda nació porque el enemigo de mi enemigo es mi amigo también murió porque enemigos somos todos y esto es Esparta mequetrefes. Hoy se cierra un capítulo importante en la historia del fin o, cada vez menos, la posible transformación del libro para sobrevivir tiempos de muerte análoga y eternidad digital. Hay algo triste en todo esto, aunque a primeras de toque no tengo muy claro qué, pero una vez más presenta una oportunidad única para los actores de esta industria para polemizar, discutir, proponer y, por qué no, encontrar un nuevo enemigo de pasillo y rumor. Ha muerto Libranda, larga vida a Libranda.
por Manuel Dávila Galindo Olivares 11 may., 2023
El precio de la modernidad
por Manuel Dávila Galindo Olivares 11 may., 2023
1. Evite, sea como sea, parecer una columna de opinión. Recuerde que la estupidez del lector de suplementos culturales es apenas superior a la estupidez del columnista. 2. Recuerde constantemente su naturaleza underground, posmoderna, apocalíptica, irreverente y todo adjetivo que se le pueda anexar a su débil personalidad. 3. Repita constantemente su lugar de origen, que la gente entienda que no es que usted haya nacido así, fue la maldita frontera que lo convirtió en este guiñapo ultraísta que ahora escribe en un suplemento para sobrevivir. 4. Parezca irónico. Si no sabe lo que es la ironía, no se preocupe, tarde o temprano la notará a su alrededor. 5. Jamás olvide porque le dieron premios literarios, no fue por su talento literario, fue por su manejo del slang, el pr0nlit y todo los demás detalles pintorescos que el entorno literario no entiende por anacrónicos. Así logrará darle al mundo lo que necesitan de usted, un montón de basura escrita con cursivas. 6. Escoja cuidadosamente su tema, que sea lo suficientemente ruidoso para que sus lectores lo hayan notado en la sección de cultura de su periódico, pero que al mismo tiempo sea flexible; de esta manera nadie notará que de verdad no tiene idea de lo que usted está hablando. 7. Utilice MAYÚSCULAS para dar a notar sus ideas, de esta manera dejará pensando al lector promedio sobre lo reveladora que resulta su frase sin que se note que probablemente lo hizo aleatoriamente para parecer inteligente. 8. Hable de sus viajes y los miles de eventos que ha presenciado, sus millas acumuladas darán validéz a sus ideas frente a los lectores. 9. No diga nada, no importa lo que pase, no diga nada. 10. Si se ve forzado o urgido a decir algo, hable mal, de todo y de todos, así de menos quedará claro que usted es el único absolutamente capaz de reconocer la mala literatura. Publicado originalmente en 2017
por Manuel Davila 17 mar., 2023
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