Libranda fue mi última infatuación en el
universo del libro digital en español. También probablemente fue lo más cercano
que tuve a un matrimonio en mis dos aventuras tratando de desarrollar el
mercado de libros electrónicos. En aquellos tiempos, previo al 2014, si querías
ser una tienda de libros electrónicos tenías que casarte con Libranda y como
todo matrimonio nunca sería una relación simple. Antes de seguir me gustaría
aclarar que siento un profundo respeto por Arantza y Matías, las dos personas
con las que tuve una correspondencia más larga en esa relación y que espero que
el alto señor de los libros los guarde y los proteja en este futuro por demás
nublado y complicado.
Habiendo dicho eso también es importante
aclarar que Libranda fue una de las mejores peores ideas que ha tenido una
industria donde este tipo de ideas abundan. Completamente equivocada desde un
punto de vista estratégico para el libro electrónico resultó una idea genial
desde el punto de vista de los editores. Cerrar las brechas, acortar los
caminos, jugar a dos y tres bandas, ocultar y dilapidar información con el solo
objeto de proteger su propia fuente de ingreso: la edición impresa. Es claro
que a los que apostamos por el formato digital la idea de Libranda nos era
incómoda, estorbosa, algo que no tenía ningún sentido pues. Con el tiempo y el
privilegio que proporciona cierta perspectiva se tendría que entender la
existencia de aquel “frankenstein” desde otro tipo de lugares. Libranda nunca
tuvo como intención proliferar y mejorar el universo digital de los libros en
español y en ese sentido hay que reconocer que hicieron un gran trabajo.
Libranda se imagino como tienda,
distribuidor, punto de venta para bibliotecas, desarrollador de tecnología
mientras cumplía la única labor que servía a los intereses de sus accionistas:
cerrar el mercado y mejorar la posición de defensa ante la llegada del
depredador Amazon. El resultado fue obvio, una plataforma de distribución con
el control del 85% del revenue de las ventas de libros digitales en español
cuya tecnología no valía ni la décima parte de lo que invirtieron y cuyo
personal siempre se quedaba corto, quizá mucho más por volumen que por
disposición, ante las necesidades de un paradigma que pudo haber cambiado la
historia del libro en español a mediano plazo. Los pasillos de las ferias y
reuniones hervían con gritos de sangre y venganza contra la “maldita” Libranda,
en muchos casos provenían de los mismos que después se sentaban en sonrisas y
cordialidad tratando de encontrar mejores condiciones para sus propios
intereses. No nos equivoquemos, durante más de 8 años Libranda fue la piñata
del mundo digital.
Mi relación, desde las posiciones que
tuve, fue tensa por decir lo menos con Libranda. Desde la absurda complejidad tecnológica
hasta la difícil relación comercial cada día quedaba más claro que el proyecto
nunca podría solventar las necesidades que una tienda en pos del crecimiento
buscaba. Sólo para resolver el problema Libranda se requería un 30%-40% de los
recursos humanos y de desarrollo de cualquier tienda, eso sin mencionar que
pasar por Libranda era una desventaja automática frente a competidores como
Amazon y en menor medida Kobo. Con Libranda tuve problemas técnicos que nunca
tuve en su momento con distribuidores más pequeños y después con distribuidores
mucho más grandes y la mayor consecuencia que eso trajo consigo fue la
suspicacia, la sospecha y la incredulidad. Sus accionistas los defendían
públicamente y los cuestionaban por los pasillos en México y otros países. Pero
había que lidiar con Libranda y así se hizo.
Hoy los resultados son transparentes. El
fin de Libranda, que aunque conserve el nombre deja de ser de facto el brazo
digital de sus accionistas, sirve como un buen parteaguas para analizar el verdadero
estado del libro digital en el mercado hispano. El mercado del libro sigue
siendo uno donde la misma entidad funciona como juez, jurado, fiscal, acusado y
defensor. Esto no es un accidente, pasado el inicial temor del fin del libro
impreso como principal fuente de ingresos de los editores el festejo duró unos
años y de alguna manera nadie se ha preguntado por lo que supondrá la resaca. Los
accionistas de Libranda hicieron lo mejor para sus propios negocios, como
cualquier accionista con dos centímetros de frente tendría que hacer. La
relación entre dichos accionistas sólo empeoró conforme avanzó el tiempo y eso
se reflejo dramáticamente en la esperanza de la adopción del libro digital. La
falta de recursos humanos y financieros para Libranda siempre fue el fiel
reflejo de la opinión de la industria sobre la posibilidad de perder control
financiero sobre los medios de producción. No se ha perdido nada, no hay un
ápice de información que Libranda deje de controlar que honestamente le importe
a los editores, si para algo sirvió esta aventura fue para comprobar que en
realidad el mundo del libro se sigue moviendo por quien edita y no por quien
lee.
El futuro sigue siendo incierto por decir
lo menos. Sigo sin encontrar una sola cifra que me obligue a ser optimista
sobre el futuro del libro como medio de información y/o entretenimiento. La
gente lee menos y peor aún, cada día considera menos el libro como pieza
fundamental en su vida diaria y eso en gran medida se debe a que la única regla
que rige esta industria es “más vale pájaro en mano que ciento volando” Hoy
creo que Libranda hizo lo mejor que pudo, desde cerrar las brechas y controlar
hasta la última parte del proceso de venta de libros digitales hasta venderse y
recuperar, no lo sabemos, una inversión por parte de sus accionistas que por
otro lado ya no podían sentarse a la misma mesa sin sentir cierta animosidad el
uno por el otro. Si Libranda nació porque el enemigo de mi enemigo es mi amigo
también murió porque enemigos somos todos y esto es Esparta mequetrefes. Hoy se cierra un capítulo importante en la
historia del fin o, cada vez menos, la posible transformación del libro para
sobrevivir tiempos de muerte análoga y eternidad digital. Hay algo triste en
todo esto, aunque a primeras de toque no tengo muy claro qué, pero una vez más
presenta una oportunidad única para los actores de esta industria para
polemizar, discutir, proponer y, por qué no, encontrar un nuevo enemigo de
pasillo y rumor.
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